María Adela Agudo, La Banda, 13 de febrero 1912 – Tucumán, 27 de enero 1952
A un joven
Han pasado siete años.
Tú eres rubio y con risa de plata,
con un extraño impulso de altura que me dejaba sola,
con un enorme hecho de presentimiento.
Ah nombre que me llenó de dicha.
Después partimos alborozados a la vida
henchidos de ignorancia, sin fatalidad,
con libros y frutas por ciudades en vigilia,
acompañados de ciegas, de alocadas criaturas tan
desprevenidas como nosotros.
¿Tú viste acaso playas de asombro, sirenas fluviales, barcos?
¿Qué mujer te esperaba esfinge o graciosa, qué escultura?
Yo vi las montañas, eran increíbles con jinetes de mujeres
de silencio.
Corté penachos de agua en los manantiales,
lavé guijas para asir su rosada luz;
pero el perfil de las cimas me recordaba tu alejado corazón.
Qué breve es el bullicio
la sonrisa que llena el ditirambo.
Quién te esperaba como a tus versos locos
niño, exaltado adolescente, fugándose,
o tú, casi amor, sencillo, tonto, sin comprendernos.
Ah, qué bermejos luceros brillaban en tus labios,
cómo están llenos de lumbre y de júbilo tus brazos.
Eran más tuyas las palmas, más te embelesaba la aurora.
Las preguntas cantaban mejor que los besos,
la marcha, la carrera, la música, la fraternidad.
Qué querían tus discursos y deportes
que no tenían nada del temblor de la tertulia,
de las tiernas pestañas olvidadas.
No obstante, tu corazón qué espléndido con rumor de
ceibo, con claves de candor.
Yo lo oigo palpitar en la empresa entre plazas y caminos
aún en el renacer cuando se da sin miedo palabra y
juventud,
cuando se ama la rara muerte.
Arrojar la saeta a un pájaro y no matarlo premeditadamente,
chapotear el agua con caprichos y reflejos,
pies desnudos de piedra que se detiene.
Por qué tener unos años más que tú
para qué tanta mujer que me dejaba solitaria
con el niño eterno que jugaba en ti.
¡Joven, goloso de guindas, de asombro, de infinito,
nada más, ah, me duele tanto!
Para qué ser coqueta, por qué la apostura de mis tobillos.
Ay, desconocido y sin embargo Dios te destinaba para
nosotras
o en tu nombre había un temblor inmenso,
un arresto de semidiós, adivinaciones de titán
y algo más, cerca de un imposible, de un acaso revelable
ilusiones de ruiseñor, fantásticas escalas de porvenir.
Te sentías sufrido, fabuloso con los héroes, plantado en los
vergeles del mundo, en la llanura del espacio,
en una ausencia inefable porque las lianas no llegaban a tus
ojos de recato celeste;
eran las maravillas como lianas edénicas que aún no
llegaban a lo alto de cedro.
Retorna a mi eternidad, a mi nudo con el cielo,
yo no soy como tú,
vuelve a mi soledad, donde estamos ataviadas de distancias
seductoras de tu última risa.
Porque yo no tengo aún hijos de sangre
y tú eres para mí un hijo hermoso y el niño y el hombre,
para mí la niña, la madre viva.
Hoy vuelvo a verte rubio como los girasoles
brillando!, tenue y rudo.
Ya no te recuerdo, creo que no has crecido
que eres sólo un efebo sin tiempo.
Mira pasar las mujeres que se transforman,
habla con las vírgenes que atisban el hogar de las rosas,
no oyes venir la memoria, no amas aún la muerte.
Una vez levantaste una muchacha a través del riacho,
otra, te ocultaste en un risco
y luego vimos la sorprendente adolescencia
que quise desnudar tu torso para admirar los músculos
donde aromas y trinos hubiese resbalado.
Qué arrogante la ascensión de tus promesas,
qué deleitoso el tránsito de tus sueños.
Ya te siento llegar hasta el pie de los ángeles
con ojeras, como la sombra del sicomoro,
con heridas antorchas.
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