David Sorbille, CABA, 10 de febrero 1950
Decime Jorge…
A Lucía Adúriz, a tu padre, siempre
Hace poco tiempo me encontré con Jorge Rivelli
en un ciclo coordinado por Daniel Castelao,
y surgió la ocasión de hablar de vos, Javier,
de los comienzos de la revista Omero,
las anécdotas imperecederas,
los amigos comunes y el ajedrez.
Decime Jorge: cómo era él?,
a quien apenas conocí,
y desde que partió,
no dejo de leer sus poemas
que me acompañan en mis caídas
y resurrecciones.
Decime Jorge, de qué metal estaba hecha su armadura
frente a los avatares de la vida,
contame sobre su generosidad y su tristeza,
de las primaveras y el río,
las palabras que elegía ante el dolor, la alegría y el olvido
que según decía, era el don de la miseria.
Y Jorge me contó, sí, y nos dimos cuenta,
al pasar los minutos, que Javier estaba,
al menos por un rato entre nosotros,
entendí sus fantasías y ocurrencias geniales,
la partitura de sus pasiones,
la materia de su planeta.
Y después me fui, Jorge volvió a su mundo
de “poeta de fuste” como lo definió Javier,
y yo en silencio, caminando cuadras como nubes,
hasta que me detuve en una esquina
y una sombra me palmeó el hombro
y me dijo: “esto es así!”
Decime Jorge…
A Lucía Adúriz, a tu padre, siempre
Hace poco tiempo me encontré con Jorge Rivelli
en un ciclo coordinado por Daniel Castelao,
y surgió la ocasión de hablar de vos, Javier,
de los comienzos de la revista Omero,
las anécdotas imperecederas,
los amigos comunes y el ajedrez.
Decime Jorge: cómo era él?,
a quien apenas conocí,
y desde que partió,
no dejo de leer sus poemas
que me acompañan en mis caídas
y resurrecciones.
Decime Jorge, de qué metal estaba hecha su armadura
frente a los avatares de la vida,
contame sobre su generosidad y su tristeza,
de las primaveras y el río,
las palabras que elegía ante el dolor, la alegría y el olvido
que según decía, era el don de la miseria.
Y Jorge me contó, sí, y nos dimos cuenta,
al pasar los minutos, que Javier estaba,
al menos por un rato entre nosotros,
entendí sus fantasías y ocurrencias geniales,
la partitura de sus pasiones,
la materia de su planeta.
Y después me fui, Jorge volvió a su mundo
de “poeta de fuste” como lo definió Javier,
y yo en silencio, caminando cuadras como nubes,
hasta que me detuve en una esquina
y una sombra me palmeó el hombro
y me dijo: “esto es así!”
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