Giorgio Bassani, Bolonia, 4 de marzo 1916 – Roma, 13 de abril 2000
Versión Jorge Aulicino
Llego mi madre no está bien...
Llego mi madre no está bien telefoneo al primo
médico rápido presto a
declararse en pijama
agarro el auto voy
y helo allá debajo justo que llego ya me espera
en corbata delante del umbral de su rosada rozagante
vetusta casa de campo
¿Qué diablos decirse después de casi treinta años
en los que no nos hemos visto?
Nada comprometido ni demasiado
íntimo naturalmente
y así durante el breve
tránsito de casa a casa no nos decimos
casi nada.
Me percato sin embargo mirándolo de reojo cómo en un cuarto
de siglo se las ha ingeniado increíblemente
para parecerse a mi padre médico también
-pero a ratos perdidos- de cabecera
Tiene los mismos -me digo- frágiles pómulos
los mismos finos cansados un poco violáceos
labios neuróticos los mismos
cartílagos amarillentos
emplea la misma idéntica paciente sumisa
ironía hebrea.
Insiste entretanto en guiarme de callejuela en callejuela
en la sombra con la dulzura un poquito burlona
del citadino que se encuentra por casualidad conduciendo al ilustre
huésped forastero
la dulzura también del viejo que acoge al casi tan viejo
o quizá del que difunto desde mucho tiempo antes
se apena del otro.
Versión Jorge Aulicino
Llego mi madre no está bien...
Llego mi madre no está bien telefoneo al primo
médico rápido presto a
declararse en pijama
agarro el auto voy
y helo allá debajo justo que llego ya me espera
en corbata delante del umbral de su rosada rozagante
vetusta casa de campo
¿Qué diablos decirse después de casi treinta años
en los que no nos hemos visto?
Nada comprometido ni demasiado
íntimo naturalmente
y así durante el breve
tránsito de casa a casa no nos decimos
casi nada.
Me percato sin embargo mirándolo de reojo cómo en un cuarto
de siglo se las ha ingeniado increíblemente
para parecerse a mi padre médico también
-pero a ratos perdidos- de cabecera
Tiene los mismos -me digo- frágiles pómulos
los mismos finos cansados un poco violáceos
labios neuróticos los mismos
cartílagos amarillentos
emplea la misma idéntica paciente sumisa
ironía hebrea.
Insiste entretanto en guiarme de callejuela en callejuela
en la sombra con la dulzura un poquito burlona
del citadino que se encuentra por casualidad conduciendo al ilustre
huésped forastero
la dulzura también del viejo que acoge al casi tan viejo
o quizá del que difunto desde mucho tiempo antes
se apena del otro.
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