Horacio Aige, Rosario, 1 de abril 1964
Marqués de Sade
La noche siempre busca
a los deseosos
empalmándolos
con todas las palabras.
El puro
exaltado
pensamiento
hasta la durcoridad
y es sólo una idea
anunciadora de vil probidad
en aproximantes
extensiones extenuantes
o delirios
de delicias apartadas
que el agua oye
de las desvestidas rosas caer
como fulminante rayo negro
sobre el techo
de nuestra pobre casa.
Justo ahí,
lugar de sapo enfermo.
Tenemos agonía,
tenemos animadversión.
O tan sólo serán,
desavenencias crueles
lo que temblando
habla en esta historia
por donde ya vamos
con el viejo muro
que de siglo en siglo
tan sólo acumuló
todas
y cada una
de las tinieblas.
Es que nada apura:
Donatien Alphonse François.
Tan sólo
el tiempo
es el apurado…
Ojo de gato negro
curvando al tiempo.
Paisaje de roja luna
en el pasaje del jardín.
Piedra de toro.
El agua canta,
su oro.
Y en ríos de arena
brillan los cristales:
espejo de agua:
Marqués de Sade.
Marqués de Sade
La noche siempre busca
a los deseosos
empalmándolos
con todas las palabras.
El puro
exaltado
pensamiento
hasta la durcoridad
y es sólo una idea
anunciadora de vil probidad
en aproximantes
extensiones extenuantes
o delirios
de delicias apartadas
que el agua oye
de las desvestidas rosas caer
como fulminante rayo negro
sobre el techo
de nuestra pobre casa.
Justo ahí,
lugar de sapo enfermo.
Tenemos agonía,
tenemos animadversión.
O tan sólo serán,
desavenencias crueles
lo que temblando
habla en esta historia
por donde ya vamos
con el viejo muro
que de siglo en siglo
tan sólo acumuló
todas
y cada una
de las tinieblas.
Es que nada apura:
Donatien Alphonse François.
Tan sólo
el tiempo
es el apurado…
Ojo de gato negro
curvando al tiempo.
Paisaje de roja luna
en el pasaje del jardín.
Piedra de toro.
El agua canta,
su oro.
Y en ríos de arena
brillan los cristales:
espejo de agua:
Marqués de Sade.
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