Marcelo Guajardo Thomas, Santiago de Chile, 20 de septiembre 1977
Víctor Sarmiento comprende el tedio
To say: I have lost the consolation of faith
though not the ambition to worship,
to stand where the crossing happens.
Forrest Gander
De esta forma, en mi clavícula y mi lengua
la obstinada voluntad de la vigilia
Víctor Sarmiento comprende el tedio
aun cuando este se confunde con el sueño,
en el cruce hambriento de la costumbre y la horca de los días.
Amanece el roce de los labios sobre la espalda
el resplandor ilumina las ciruelas maduras
En la primera luz, los ojos le parecen órganos inservibles,
los precursores de una manía terca, un hecho aterrador y detenido.
En la cálida matriz del semejante, el hartazgo cede su lugar al sueño
Migra el silencio desde una casa en llamas hasta el vacío de
la semejanza
el aguijón que busca una coordenada, en donde el hueso se precipita
y desaparece
todo es hueso y coordenadas, repite, y en la memoria un griterío
interminable
acercándose como un pedazo de pan que marcha sobre las brasas
Cava la raíz del geranio más allá de la vista
reconoce el gesto familiar del placer, con el hombro ahuecado
en donde el pelo húmedo y recogido deja caer el agua sobre su pecho
Víctor Sarmiento comprende el tedio
le es normal como las evidencias de su cuerpo al tacto
o el silbido del aire que sale irremediable por su garganta
Una celda aun mayor que la rabia, es la prisión cálida del tedio
En la proximidad del cuerpo, un instante
la carne blanda de la ira, cuyos gajos cuelga, oblicuos y estáticos,
antes de los preciosos segundos que preceden a su mano acariciando
el inicio de una espalda inmóvil sobre la cama
El grito de las yemas, el placer sosegado avanza
desde el cuello hasta la cervical como un lento mamífero
El abrevadero que de noche tiembla con la proximidad de
los caballos
Con el miedo entrelazado un rostro
así, el retorno de esta plaga
la horca que mece los segundos
en el borde donde el agua golpea
en su lengua
otra lengua afilada
siguió con los labios
la línea del abdomen
sedado
Víctor Sarmiento comprende el tedio
al punto de oír, cortando la transparencia
una pequeña voz rugiendo
como si de pronto el cardo encendido tuviera su propia lengua
y el animal hubiese comprendido la simetría del fango
La quemadura de la silueta aparece en fragmentos
la repetición del instante rompe la piel del sueño
éste, sin embargo, prevalece
Los martillos repartidos entre los geranios
la sangre mancha la piel del oso polar engulle
Aquí la soga y la máscara
en la gruta deshabitada
en donde el agua escurre
como un animal devastado
Veía el redoble de las hojas
urdidas al tallo, contemplaba el prolijo recurso
de las orugas, en su capullo colgadas, esperando
que sus cuerpos cambiaran hasta la cima de la esperanza
Sin embargo, le era imposible comprender la fe
La fe eclipsa el paso congelado de los segundos
mezclada con la esperanza, suele ser un mortífero tipo de explosivo
Era, desde luego, un retorno a la atroz semejanza
con la mano extendida sobre su faz, en cuclillas y en silencio
frente a la conmovedora persistencia de los objetos
Aquello que habla de sí con las manos atadas
una lengua súbita que recoge el aire de la aversión
con el sol fulminado, los rostros dentro de los espejos
semejantes al estallido arrancado de la vigilia
¿Qué queda entonces?
La suma de los fragmentos que cambian de forma
la insistencia de los geranios que encuentran agua en la materia
revuelta
Víctor Sarmiento comprende el tedio
como si fuera un escenario cuya fortaleza radica en la silueta de
los objetos,
un marsupial que suspendido por los hilos de un titiritero flota
sobre el agua negra
Pegado al sueño de los cuerpos
la imagen el desperfecto la aversión
una clase de tacto pronunciado y bélico
un cráneo que el silencio esculpe pegado a la certeza
El sol aparece entre los árboles
la mantis caza en el follaje del jazmín
Así, el intervalo, en medio del azar y las partículas,
en donde el aspa le corta la garganta al sonido
cuatro veintiséis la proximidad de un cuerpo
la rebelión del agua en el hueco de la piscina
otra respiración que lo alimenta saciando un hambre tan distinta
el clavo del hartazgo su boca cortada
sobre el prado y rozando el cuerpo estático del mirlo
Del otro lado, el tapiz del oído, y las puntas de los dedos
sobre la piel húmeda sucede el cruce del líquido y la desesperación
en las direcciones que dibujan las trizaduras del cemento
inundado de agua clorada, donde la oreja cautiva
emite un insoportable chillido, en aquella profundidad
la rótula ha perdido el habla
Víctor Sarmiento comprende el tedio
de la misma forma que comprende la hilera militar de las hormigas
que llevan los trozos del mirlo hasta una profundidad austera
Perplejo y desnudo el hueso se hunde en el jardín
Sumergido ciego inmóvil
escucha el chillido metálico de los codos que se estrellan en el fondo
Los cuerpos ovillados de los niños rompen la superficie
sobre el agua los redondos caballos de hule esperan el abandono
El oxígeno horada con una cuchara el interior de los caballos de hule
el sol atraviesa el follaje de los helechos y se dispersa en millones
de nervaduras
La boca hacia arriba la comisura
una gota de sangre que se desliza hasta la clavícula
Bajo la piel y cavando la marcha del hastío
pronuncia una vacuidad que no se repele
El animal levanta la cabeza
perplejo por la ausencia de depredadores
Se queda inmóvil sobre el agua, suspendido en el tráfago
las manos empuñadas la mandíbula empuñada
mientras el espasmo atrapado en el diluido sol
impulsa un pequeño iceberg que tiembla en el reflejo
La extravagancia del miedo es un vestigio,
el trozo de una colmena abandonada bajo los árboles
el intervalo y su aguja la oreja prisionera en el follaje
Abre la boca
el aire entra de una vez
recoge los trozos del mirlo antes de su desaparición
y los reparte en la tierra mojada
Una manilla circular, donde la cuerda aprieta y levanta
la sombrilla el resplandor metálico del pica hielo hundido
en la cubeta pulida y la copa de un lado de la sombra del tendedero
que corta la superficie dejando los objetos simétricamente
organizados
Recuerda la claridad de aquel día. Las secretas flores de los cactus.
Su padre subía una colina polvorienta marzo
se había secado la hiedra que poblaba las rocas
en el Pucara de la cima el viento roía los cardos dejándolos desnudos
En la vasija de madera donde las ciruelas forman un montón oscuro
y húmedo
la enorme mosca azul dibuja un trazo incomprensible
tan diferente a las rigurosas figuras anaranjadas de los vasos
del verano
Primero el estupor como un bien estético corrosivo
de la otra orilla la perplejidad
como quién suelta a la tormenta
la vaina de un grano de trigo y la sigue con los ojos
suena el teléfono del comedor
se inicia el cosquilleo del riego automático que cubre el jardín
alguien contesta y habla
un cuerpo compacto rompe otra vez la superficie del agua
Avanza hasta la sección política
-Se han quebrado los preciosos equilibrios del gobierno
se espera un cambio de gabinete para los próximos días-
adentro quebrado el tallo de la semejanza
un trozo de acero en la pupila que impide al ojo ver su gemelo
Víctor Sarmiento comprende el tedio
acaso su veneno más mortífero y seguro,
que con la aguja del cartílago
destruye mas allá de la aversión
Un cuerpo flota como los manatíes
en medio de los hígados y el miedo
giran los engranajes concéntricos
los tallos de los juncos cruzan la superficie del agua
Escucha el repentino estallido del aspa
las ramas viejas comprimidas en vasijas
arrojados sobre la hierba martillos
y el agua aproximándose en trazos cortados sobre el aire
el cuerpo dormido en la superficie de hule
las palmas de las manos vueltas hacia el agua
el antebrazo estático las pulsaciones
de pronto el golpe metálico de la podredumbre
se arrastra hacia el fuego y la desaparición
Toma una ciruela madura y la lleva hasta su boca
la sombra de las grúas cae en el vértice del jardín
un pie desciende a la ceguera
La casa está en silencio
y este silencio es una obstinada brasa
El mecanismo funciona por simple succión,
entre el respiradero y la hoja de metal, el aire escasea
y los trozos salen disparados por el conducto de los desechos
el rugido la respiración entrecortada
Hubo un tiempo en que la fatiga precedía al descubrimiento
un tiempo en que sus rasgos le daban una extraña tranquilidad
como la frágil cubierta de una larva en simbiosis con la raíz del nogal
El jardinero pasa la cortadora de pasto
donde la hierba crece con más fuerza
La luz se debilita. Anochece.
Víctor Sarmiento en posición fetal sobre su cama
el ligero hundimiento el arco de la espalda la luz lateral encendida
su cuerpo encorvado y tibio frente al destello
Un paso y otro más saciado
ya no espera la quemadura de la vigilia
Los ciervos escarban en los junquillos de los muros
en donde la pesadilla se multiplica
Cruza su rostro el látigo de luz desde la curvatura
donde el tronco hinchado de un animal
encalla en la ribera del río luego de la inundación
el hambre es la próxima catástrofe
Víctor Sarmiento comprende el tedio
Con la frágil brutalidad del oso polar
flotando en la espesura del pozo transparente cautivo
Los rayos del sol cayéndole por la espalda
el grito del otro lado del reflejo
No existe nada más tedioso que el hambre
el continuo mecanismo que lleva al oso polar más allá de la superficie
donde una mano sostiene un trozo de carne sobre su mandíbula
Comprende además la combustión del desengaño
como si fuera la brutal persistencia de un espejismo
a tientas en el hueco del sueño desprovisto
un ojo cortado flota entre los juncos
Víctor Sarmiento comprende el tedio
Dejándolo paralítico en un lugar
en donde los surcos del hastío, inverosímiles
profundos sobre la roca, como una plaga
encuentran un acantilado sin tiempo.
Luego de la saciedad
el bulto cartilaginoso cae
a través de la garganta
Con la piel quemada por el clavo de la persistencia
el sueño y la desaparición emergen en las mismas coordenadas
La quijada de la oscuridad traga los redondos caballos de hule
y el agua contenida que aún tiembla en el gigantesco cántaro
abierta sobre la cama, la edición en inglés de Latin American Trade
-Carlos Slim, el hombre más rico de Latinoamérica,
ha acumulado la mayor colección de Rodin fuera de Europa-
La lenta extremidad del vapor se desplaza por el cielo raso
convierte la luz en un extraño vestigio
el agua escurre por la tuberías
En la celda del hastío el oído es un prisionero desnudo
He aquí las horas del rencor
Víctor Sarmiento comprende el tedio
Deseando la resignación de la ceguera
del cuerpo que tropieza en una casa en llamas
a punto de caer y en la boca
una lengua confusa y atónita
La cáscara trizada desde adentro por la inconfundible voluntad
En la humedad de los helechos, la persistencia
con las manos enterradas en el fango una pupila empuña los segundos
del otro lado del sueño un contorno se aproxima y le besa los labios
una caída entonces la repentina brasa
las pulsaciones una plaga que se alimenta de la memoria
El agua está en calma
el dispersor corta el grito estático del trazo
ruge el aspa y levanta las partículas del hueso pulverizado
Mas, contiene el aliento, mientras el vapor oculta los objetos
la simetría de la clavícula el cuello desprendido
las caderas húmedas el abdomen
Esa silueta basta
para desprender un desgarro y darle nueva vida al silencio
Urdido al vacío el tambor del desamparo
Su amor hambriento en la celda
Recobrada. La podredumbre habló como lo haría la carne
Recuerda, una alegría conmovedora,
la risa tardes en que había amado tanto
ahora, la aparición de las palabras es una aguja
y el silencio un huésped, que imita su rostro para hablarle de sí mismo
En la niebla, convertidos en fragmentos, los rasgos inmóviles
de la certeza;
las vasijas y los utensilios de fierro forjado el abismo
de los aparatos de la cocina, el estudio, los dormitorios
el hueco de la chimenea, los libros de Munch y de Hopper
las piedras de la terraza, el jardín rigurosamente organizado
en el corredor se asoma un ciervo
cegado de pronto por el destello
Llamó a esto el desvergonzado hastío
a menudo el volumen y el silencio
en el humus donde la lombriz persiste
un asno se pudre entre los geranios
la lluvia, el vapor de las piedras trizadas
noviembre el tórax hundido la oreja
Luego del habla
el grito vencido del interior de la carroña
Víctor Sarmiento comprende el tedio
To say: I have lost the consolation of faith
though not the ambition to worship,
to stand where the crossing happens.
Forrest Gander
De esta forma, en mi clavícula y mi lengua
la obstinada voluntad de la vigilia
Víctor Sarmiento comprende el tedio
aun cuando este se confunde con el sueño,
en el cruce hambriento de la costumbre y la horca de los días.
Amanece el roce de los labios sobre la espalda
el resplandor ilumina las ciruelas maduras
En la primera luz, los ojos le parecen órganos inservibles,
los precursores de una manía terca, un hecho aterrador y detenido.
En la cálida matriz del semejante, el hartazgo cede su lugar al sueño
Migra el silencio desde una casa en llamas hasta el vacío de
la semejanza
el aguijón que busca una coordenada, en donde el hueso se precipita
y desaparece
todo es hueso y coordenadas, repite, y en la memoria un griterío
interminable
acercándose como un pedazo de pan que marcha sobre las brasas
Cava la raíz del geranio más allá de la vista
reconoce el gesto familiar del placer, con el hombro ahuecado
en donde el pelo húmedo y recogido deja caer el agua sobre su pecho
Víctor Sarmiento comprende el tedio
le es normal como las evidencias de su cuerpo al tacto
o el silbido del aire que sale irremediable por su garganta
Una celda aun mayor que la rabia, es la prisión cálida del tedio
En la proximidad del cuerpo, un instante
la carne blanda de la ira, cuyos gajos cuelga, oblicuos y estáticos,
antes de los preciosos segundos que preceden a su mano acariciando
el inicio de una espalda inmóvil sobre la cama
El grito de las yemas, el placer sosegado avanza
desde el cuello hasta la cervical como un lento mamífero
El abrevadero que de noche tiembla con la proximidad de
los caballos
Con el miedo entrelazado un rostro
así, el retorno de esta plaga
la horca que mece los segundos
en el borde donde el agua golpea
en su lengua
otra lengua afilada
siguió con los labios
la línea del abdomen
sedado
Víctor Sarmiento comprende el tedio
al punto de oír, cortando la transparencia
una pequeña voz rugiendo
como si de pronto el cardo encendido tuviera su propia lengua
y el animal hubiese comprendido la simetría del fango
La quemadura de la silueta aparece en fragmentos
la repetición del instante rompe la piel del sueño
éste, sin embargo, prevalece
Los martillos repartidos entre los geranios
la sangre mancha la piel del oso polar engulle
Aquí la soga y la máscara
en la gruta deshabitada
en donde el agua escurre
como un animal devastado
Veía el redoble de las hojas
urdidas al tallo, contemplaba el prolijo recurso
de las orugas, en su capullo colgadas, esperando
que sus cuerpos cambiaran hasta la cima de la esperanza
Sin embargo, le era imposible comprender la fe
La fe eclipsa el paso congelado de los segundos
mezclada con la esperanza, suele ser un mortífero tipo de explosivo
Era, desde luego, un retorno a la atroz semejanza
con la mano extendida sobre su faz, en cuclillas y en silencio
frente a la conmovedora persistencia de los objetos
Aquello que habla de sí con las manos atadas
una lengua súbita que recoge el aire de la aversión
con el sol fulminado, los rostros dentro de los espejos
semejantes al estallido arrancado de la vigilia
¿Qué queda entonces?
La suma de los fragmentos que cambian de forma
la insistencia de los geranios que encuentran agua en la materia
revuelta
Víctor Sarmiento comprende el tedio
como si fuera un escenario cuya fortaleza radica en la silueta de
los objetos,
un marsupial que suspendido por los hilos de un titiritero flota
sobre el agua negra
Pegado al sueño de los cuerpos
la imagen el desperfecto la aversión
una clase de tacto pronunciado y bélico
un cráneo que el silencio esculpe pegado a la certeza
El sol aparece entre los árboles
la mantis caza en el follaje del jazmín
Así, el intervalo, en medio del azar y las partículas,
en donde el aspa le corta la garganta al sonido
cuatro veintiséis la proximidad de un cuerpo
la rebelión del agua en el hueco de la piscina
otra respiración que lo alimenta saciando un hambre tan distinta
el clavo del hartazgo su boca cortada
sobre el prado y rozando el cuerpo estático del mirlo
Del otro lado, el tapiz del oído, y las puntas de los dedos
sobre la piel húmeda sucede el cruce del líquido y la desesperación
en las direcciones que dibujan las trizaduras del cemento
inundado de agua clorada, donde la oreja cautiva
emite un insoportable chillido, en aquella profundidad
la rótula ha perdido el habla
Víctor Sarmiento comprende el tedio
de la misma forma que comprende la hilera militar de las hormigas
que llevan los trozos del mirlo hasta una profundidad austera
Perplejo y desnudo el hueso se hunde en el jardín
Sumergido ciego inmóvil
escucha el chillido metálico de los codos que se estrellan en el fondo
Los cuerpos ovillados de los niños rompen la superficie
sobre el agua los redondos caballos de hule esperan el abandono
El oxígeno horada con una cuchara el interior de los caballos de hule
el sol atraviesa el follaje de los helechos y se dispersa en millones
de nervaduras
La boca hacia arriba la comisura
una gota de sangre que se desliza hasta la clavícula
Bajo la piel y cavando la marcha del hastío
pronuncia una vacuidad que no se repele
El animal levanta la cabeza
perplejo por la ausencia de depredadores
Se queda inmóvil sobre el agua, suspendido en el tráfago
las manos empuñadas la mandíbula empuñada
mientras el espasmo atrapado en el diluido sol
impulsa un pequeño iceberg que tiembla en el reflejo
La extravagancia del miedo es un vestigio,
el trozo de una colmena abandonada bajo los árboles
el intervalo y su aguja la oreja prisionera en el follaje
Abre la boca
el aire entra de una vez
recoge los trozos del mirlo antes de su desaparición
y los reparte en la tierra mojada
Una manilla circular, donde la cuerda aprieta y levanta
la sombrilla el resplandor metálico del pica hielo hundido
en la cubeta pulida y la copa de un lado de la sombra del tendedero
que corta la superficie dejando los objetos simétricamente
organizados
Recuerda la claridad de aquel día. Las secretas flores de los cactus.
Su padre subía una colina polvorienta marzo
se había secado la hiedra que poblaba las rocas
en el Pucara de la cima el viento roía los cardos dejándolos desnudos
En la vasija de madera donde las ciruelas forman un montón oscuro
y húmedo
la enorme mosca azul dibuja un trazo incomprensible
tan diferente a las rigurosas figuras anaranjadas de los vasos
del verano
Primero el estupor como un bien estético corrosivo
de la otra orilla la perplejidad
como quién suelta a la tormenta
la vaina de un grano de trigo y la sigue con los ojos
suena el teléfono del comedor
se inicia el cosquilleo del riego automático que cubre el jardín
alguien contesta y habla
un cuerpo compacto rompe otra vez la superficie del agua
Avanza hasta la sección política
-Se han quebrado los preciosos equilibrios del gobierno
se espera un cambio de gabinete para los próximos días-
adentro quebrado el tallo de la semejanza
un trozo de acero en la pupila que impide al ojo ver su gemelo
Víctor Sarmiento comprende el tedio
acaso su veneno más mortífero y seguro,
que con la aguja del cartílago
destruye mas allá de la aversión
Un cuerpo flota como los manatíes
en medio de los hígados y el miedo
giran los engranajes concéntricos
los tallos de los juncos cruzan la superficie del agua
Escucha el repentino estallido del aspa
las ramas viejas comprimidas en vasijas
arrojados sobre la hierba martillos
y el agua aproximándose en trazos cortados sobre el aire
el cuerpo dormido en la superficie de hule
las palmas de las manos vueltas hacia el agua
el antebrazo estático las pulsaciones
de pronto el golpe metálico de la podredumbre
se arrastra hacia el fuego y la desaparición
Toma una ciruela madura y la lleva hasta su boca
la sombra de las grúas cae en el vértice del jardín
un pie desciende a la ceguera
La casa está en silencio
y este silencio es una obstinada brasa
El mecanismo funciona por simple succión,
entre el respiradero y la hoja de metal, el aire escasea
y los trozos salen disparados por el conducto de los desechos
el rugido la respiración entrecortada
Hubo un tiempo en que la fatiga precedía al descubrimiento
un tiempo en que sus rasgos le daban una extraña tranquilidad
como la frágil cubierta de una larva en simbiosis con la raíz del nogal
El jardinero pasa la cortadora de pasto
donde la hierba crece con más fuerza
La luz se debilita. Anochece.
Víctor Sarmiento en posición fetal sobre su cama
el ligero hundimiento el arco de la espalda la luz lateral encendida
su cuerpo encorvado y tibio frente al destello
Un paso y otro más saciado
ya no espera la quemadura de la vigilia
Los ciervos escarban en los junquillos de los muros
en donde la pesadilla se multiplica
Cruza su rostro el látigo de luz desde la curvatura
donde el tronco hinchado de un animal
encalla en la ribera del río luego de la inundación
el hambre es la próxima catástrofe
Víctor Sarmiento comprende el tedio
Con la frágil brutalidad del oso polar
flotando en la espesura del pozo transparente cautivo
Los rayos del sol cayéndole por la espalda
el grito del otro lado del reflejo
No existe nada más tedioso que el hambre
el continuo mecanismo que lleva al oso polar más allá de la superficie
donde una mano sostiene un trozo de carne sobre su mandíbula
Comprende además la combustión del desengaño
como si fuera la brutal persistencia de un espejismo
a tientas en el hueco del sueño desprovisto
un ojo cortado flota entre los juncos
Víctor Sarmiento comprende el tedio
Dejándolo paralítico en un lugar
en donde los surcos del hastío, inverosímiles
profundos sobre la roca, como una plaga
encuentran un acantilado sin tiempo.
Luego de la saciedad
el bulto cartilaginoso cae
a través de la garganta
Con la piel quemada por el clavo de la persistencia
el sueño y la desaparición emergen en las mismas coordenadas
La quijada de la oscuridad traga los redondos caballos de hule
y el agua contenida que aún tiembla en el gigantesco cántaro
abierta sobre la cama, la edición en inglés de Latin American Trade
-Carlos Slim, el hombre más rico de Latinoamérica,
ha acumulado la mayor colección de Rodin fuera de Europa-
La lenta extremidad del vapor se desplaza por el cielo raso
convierte la luz en un extraño vestigio
el agua escurre por la tuberías
En la celda del hastío el oído es un prisionero desnudo
He aquí las horas del rencor
Víctor Sarmiento comprende el tedio
Deseando la resignación de la ceguera
del cuerpo que tropieza en una casa en llamas
a punto de caer y en la boca
una lengua confusa y atónita
La cáscara trizada desde adentro por la inconfundible voluntad
En la humedad de los helechos, la persistencia
con las manos enterradas en el fango una pupila empuña los segundos
del otro lado del sueño un contorno se aproxima y le besa los labios
una caída entonces la repentina brasa
las pulsaciones una plaga que se alimenta de la memoria
El agua está en calma
el dispersor corta el grito estático del trazo
ruge el aspa y levanta las partículas del hueso pulverizado
Mas, contiene el aliento, mientras el vapor oculta los objetos
la simetría de la clavícula el cuello desprendido
las caderas húmedas el abdomen
Esa silueta basta
para desprender un desgarro y darle nueva vida al silencio
Urdido al vacío el tambor del desamparo
Su amor hambriento en la celda
Recobrada. La podredumbre habló como lo haría la carne
Recuerda, una alegría conmovedora,
la risa tardes en que había amado tanto
ahora, la aparición de las palabras es una aguja
y el silencio un huésped, que imita su rostro para hablarle de sí mismo
En la niebla, convertidos en fragmentos, los rasgos inmóviles
de la certeza;
las vasijas y los utensilios de fierro forjado el abismo
de los aparatos de la cocina, el estudio, los dormitorios
el hueco de la chimenea, los libros de Munch y de Hopper
las piedras de la terraza, el jardín rigurosamente organizado
en el corredor se asoma un ciervo
cegado de pronto por el destello
Llamó a esto el desvergonzado hastío
a menudo el volumen y el silencio
en el humus donde la lombriz persiste
un asno se pudre entre los geranios
la lluvia, el vapor de las piedras trizadas
noviembre el tórax hundido la oreja
Luego del habla
el grito vencido del interior de la carroña
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