sábado, 30 de junio de 2018

Xiao Kaiyu -Años ochenta

Xiao Kaiyu, Sichuan, China, 23 de mayo 1960
Traducción Miguel Ángel Petrecca


Años ochenta 

La primera vez que nos vinos (dónde?) vestías con ropa de fotógrafo;
hablamos de cualquier cosa y también comimos (creo) algo.
La segunda vez (o la primera?), de imprevisto,
viniste a mi casa prestada, con la noticia de la muerte de Haizi.
Yo ya había enviado mis condolencias pero me hundí de nuevo en la aflicción;
cuando murió mi abuelo me sentí ahogado
pero esta vez parecía como si no fuera un muerto,
aunque el muerto era uno más entre los muertos,
y ni siquiera me gustaba su poesía. Lo mismo vos.
Tu punto de vista te trajo lágrimas? Yo un poco admiraba
la audacia del muerto, aunque no quisiera admitirlo. Encontré
tu casa, busqué y no encontré, pero en ese lugar
no viviste mucho tiempo. Ahí vimos películas,
freímos rodajas de papas y bebimos cerveza.
No encontré la casa de tus padres. Ellos pensaban
que la poesía era para vos una excusa para la vagancia.
No estaban equivocados. En tu casa temporaria
yo escribí varios poemas y una novela, vos escribiste mucho más.
Alegría en medio de la tragedia, desaliento y esperanza mezclados;
levantarse a la tarde, el sol alto en la ventana, y adelante
campos sin trabajar: esa era la mañana del noctámbulo!
Ibamos a la librería a robar y a comprar, el botín era grande,
la noche larga; al saber viejo se sumaba un hartazgo nuevo.
Qué impresión sacabas de tus visitas a mi casa? Eso era el campo,
y no el campo de tu imaginación, mi casa apenas
podía llamarse casa, el pequeño pueblo no es un pueblo,
ambos me expulsaban. No estaba nada mal ahí,
vivía arriba del director del hospital, junto a la enfermería,
alteraba las cosas y personas
de la calle, y el río Kai resonante
me daba mis palabras. En los atardeceres de ese verano no hubiera pensado
que los años pronto me pasarían por arriba. Me he acostumbrado.
Lo que deseaba se alteró ligeramente, desapareció de golpe.
Callejones, caras conocidas, insultos…
El desenlace de una partida de ajedrez en una casa de te al pie de la montaña.
De los personajes que habitaban en aquellos poemas que me diste sólo resto yo,
yo no vivo ahí. Intenté recuperar
aquel yo. Fue en vano. Te mudaste a Beijing.
Chengdu no era tu ciudad, Beijing tampoco lo es.
Caminás rodeado por un círculo de sombra. Escribís el nombre del lugar,
o dibujás de golpe unos pechos en tu cuaderno. No cambiaste.
De haber cambiado, el día no sería día,
la noche no sería noche. Yo, por mi parte, me muevo lento
como si protestara. El papel blanco te encierra en la punta del lápiz,
no hay tiempo, tampoco hay espera.
Puedo ir a la estación a buscarte. En cualquier momento, cualquier estación.

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