domingo, 26 de mayo de 2019

Gérard de Nerval -El cristo de los olivos

Gérard de Nerval, París 22 de mayo 1808 – París, 26 de enero 1855
Versión Alejandro Bekes


El cristo de los olivos
                                                                     ¡Dios ha muerto! y el cielo está vacío…
                                                                     ¡Llorad, criaturas, ya no tenéis padre! 
                                                                                                          Jean-Paul Richter

I

Cuando el Señor, alzando bajo el bosque sagrado
Como un poeta al cielo sus dos brazos desnudos,
Se entregó largamente a sus dolores mudos
Y de ingratos amigos se juzgó traicionado,
Hacia abajo, hacia ellos fue su mirada triste:
Ahítos, a su sueño bestial abandonados,
Soñaban con ser reyes, profetas o mitrados…
Un grito de su boca salió: “¡No, Dios no existe!”
Y aun dormían. “Amigos, ¿conocéis la noticia?
Yo os engañaba, hermanos. Se ha golpeado mi frente
Con la bóveda eterna, y he vagado, sufriente,
Ensangrentado y roto: ¡sólo abismos se abrían!
Al altar donde soy la víctima propicia
Dios falta. ¡Ya no hay Dios!” Y ellos siempre dormían.

II

Dijo aún: “¡Todo ha muerto! Yo recorrí los mundos
Y mi vuelo perdí por sus lácteos parajes
Hasta donde la vida, de sus senos fecundos,
Derrama arenas de oro y plateados oleajes:
Siempre un suelo desierto que costean ondeantes
Torbellinos confusos de oceánicas bravuras…
Un vago soplo agita las esferas errantes
Pero ningún espíritu habita esas alturas.
Busqué el ojo de Dios y vi, vasta y sin fondo,
Una órbita negra por la noche habitada
Que sobre el mundo irradia su horror siempre más hondo.
¡Un extraño iris ciega esa fosa sombría,
Umbral del viejo caos cuya sombra es la nada,
Espiral que se traga las estrellas y el día!

III

¡Impasible Destino, callado centinela,
Fría Necesidad! Azar que allí se mueve
Y entre los mundos muertos bajo la eterna nieve
Al pálido universo paso a paso congela,
¿Sabes tú lo que haces, original potencia,
De tus soles extintos y su mutua violencia?
¿De verdad tú transmites un inmortal aliento
Entre un mundo que muere y un mundo en nacimiento?
¡Padre mío! ¿Eres tú a quien siento en mí mismo?
Tu poder de vivir y vencer a la muerte
¿No habrá ya sucumbido bajo el ímpetu fuerte
De aquel ángel nocturno condenado al abismo?
Pues me entrego muy solo a llorar y a sufrir
Y si muero, ¡ay, entonces todo se va a morir!”

IV

De la víctima eterna nadie oía el gemido
Que al mundo daba en vano su corazón abierto,
Y él, entonces, al único en Solyma despierto
Llamó, desfalleciente, agobiado y vencido:
“Judas, gritó, tú sabes lo que quieren conmigo;
Date prisa en venderme y da el trato cerrado:
Tendido en esta tierra estoy sufriendo, amigo;
¡Ven, tú que al menos tienes la fuerza del pecado!”
Pero Judas se iba, dudando, descontento,
Hallándose mal pago, con tal remordimiento
Que escrita en cada muro leía su maldad.
Al fin sólo Pilato, que por César velaba,
Se volvió y al acaso, o tal vez por piedad:
“Arresten a ese loco” –a su guardia ordenaba.

V

Era él, aquel loco, el sublime extraviado…
¡Ícaro que a los cielos retomaba el camino,
Faetón aniquilado por el rayo divino,
Atys a quien Cibeles reanima, asesinado!
El flanco de la víctima el augur indagaba,
La tierra se embriagaba de esa sangre sin par…
Aturdido, en sus ejes el orbe se inclinaba;
El Olimpo, un instante, vaciló sobre el mar.
“¡Responde!, gritó César a Júpiter Amonio,
¿Qué nuevo dios se impone a la tierra? Te intimo
A que digas si es dios o si, en fin, es demonio.”
Pero el ansiado oráculo ya negaba su imperio;
Uno solo podía explicar tal misterio:
–Aquel que les dio el alma a los hijos del limo.


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