William Carlos Williams, Nueva Jersey,17 de septiembre 1883–4 de marzo 1963
Versión Isaías Garde
El asfódelo, esa flor verdosa
Del asfódelo, esa flor verdosa,
como un botón de oro
sobre su tallo bifurcado-
salvo que éste es verde y leñoso-
vengo, querida,
a cantarte.
Vivimos mucho tiempo juntos
una vida repleta,
si vos querés,
de flores. De modo
que me alegré
al enterarme
de que también hay flores
en los infiernos.
Hoy estoy lleno del tenue recuerdo de aquellas flores
que ambos amamos,
-aun de esta pobre
florcita descolorida-
la conocí cuando era chico,
poco apreciada entre los vivos,
aunque los muertos la ven
y se preguntan:
¿me acuerdo de algo
que tuviera semejante
forma?,
mientras nuestros ojos
se llenan de lágrimas.
Del amor, del invariable amor,
dirán que, aunque es tan débil, un baño de púrpura
lo teñirá para hacerlo totalmente confiable.
Hay algo,
algo urgente
que tengo que decirte
sólo a vos,
pero esperemos,
mientras bebo
de la felicidad de tu cercanía
quizás por última vez.
Así,
me arranco
este miedo del corazón
para seguir hablando,
porque no me animo a detenerme.
Escucha
mientras te hablo contra el tiempo,
no tardará mucho.
Yo lo había olvidado
y sin embargo veo claramente
que hay algo central en el cielo
que oscila y que da vueltas.
¡Un olor
viene de allí!
¡el olor más dulce!
¡madreselvas! ¡y ahora
llega el zumbido de una abeja!
¡y una intensa corriente
de memorias hermanas!
Solo dame tiempo,
tiempo para convocarlas
y poder contártelas.
Dame tiempo,
tiempo.
Cuando era chico
tenía un libro
en el que, de vez en cuando,
prensaba algunas flores,
hasta que, al final,
tuve una buena colección.
El asfódelo,
como un presagio,
estaba entre ellas.
Te traigo,
restaurado,
el recuerdo de aquellas flores.
Eran dulces,
cuando yo las prensaba,
y guardaban
algo de esa dulzura
por mucho tiempo.
Es un olor curioso,
un olor moral,
ese que me trae cerca de vos.
El color
fue lo primero en irse.
Tuvo que llegarme este
desafío:
tu querido ser,
tan mortal como yo,
¡la garganta del lirio
abierta ante el colibrí!
la riqueza infinita,
pensé,
me tiende sus brazos.
Mil trópicos
en una floración del manzano.
La tierra generosa
brindándose a sí misma.
¡El mundo entero
llegó a ser mi jardín!
Pero también el mar,
al que nadie cultiva,
es un jardín
cuando el sol lo golpea
y despierta sus olas.
Yo lo vi
y vos también lo viste
cuando hace avergonzar
a todas las flores.
También la estrella de mar,
endurecida por el sol,
y otras plantas del mar
y las algas. Vos y yo sabíamos
todo acerca de esto
porque nacimos a la orilla del mar,
conocíamos esos cercos rojizos
al borde mismo del agua.
Ahí crecen también la malva rosa
y, en su estación,
las frutillas.
Allí, más tarde,
íbamos a juntar
ciruelas silvestres.
No voy a decir
que viajé a los infiernos por tu amor
y sin embargo
allá fui a parar, buscándote.
No me gustó,
quise estar en el cielo. No dejes de escucharme.
No te alejes.
En mi vida aprendí mucho
de los libros
y, fuera de ellos,
mucho también sobre el amor.
La muerte
no termina con él.
Hay una jerarquía,
creo yo,
que puede recorrerse
a su servicio;
su premio
es una flor mágica;
un gato de veinte vidas.
Si ninguno trata de alcanzarlo
el mundo
va a salir perdiendo.
Para vos y para mí
fue como ver venir una tormenta
volando sobre el agua.
Estuvimos año tras año
tomados de la mano
frente al espectáculo de nuestras vidas.
La tormenta se desató.
Los relámpagos estallaron en los bordes de las nubes.
Hacia el norte
el cielo era plácido,
un resplandor azul
mientras la tormenta se acumulaba.
Una flor
que pronto iba a alcanzar
su punto culminante.
Y vos y yo bailábamos
en nuestras mentes
y juntos leíamos un libro
¿te acordás?
Era un libro importante.
Tantos libros entraron en nuestras vidas.
¡El mar! ¡El mar!
Cada vez que pienso en el mar
me acuerdo
de la Ilíada
y de la falta pública de Helena
que la hizo posible.
Si no hubiera sido por eso
no hubiera habido poema y el mundo
al recordar aquellos pétalos de púrpura
dispersos entre las piedras
lo hubiera llamado simplemente
asesinato.
La orquídea sexual que floreció en aquel entonces
enviando a tantos
valientes a sus tumbas
les legó una memoria
a esa raza de locos
o de héroes,
si el silencio es una virtud,
el mar, solitario
en su multiplicidad,
conserva alguna esperanza.
La tormenta
se probó devastadora,
pero seguimos,
con los pensamientos que ella
suscitó,
reconstruyendo nuestras vidas.
Es la mente,
la mente
la que debe ser curada,
antes de que
intervenga la muerte,
y la voluntad
será un jardín de nuevo. El poema
es complejo y es complejo el lugar que le hacemos
en nuestras vidas al poema.
El silencio también puede ser complejo
pero con el silencio
no vamos a ningún lado.
Empieza de nuevo.
Es como el catálogo
de naves en Homero:
sirve para ocupar el tiempo.
Hablo con figuras,
es necesario,
los vestidos que usás son también figuras,
no podríamos encontrarnos
de otro modo. Si digo
"flores"
es para recordar
que alguna vez fuimos jóvenes.
No todas las mujeres son Helena,
ya lo sé,
pero llevan a Helena en sus corazones.
Querida,
en vos también está,
por eso te amo,
no podría amarte si no.
Imaginate
un campo hecho de mujeres
todas de un blanco plateado.
¿Cómo no amarlas?
La tormenta estalla o
se disipa,
no es el fin del mundo.
El amor es otra cosa,
o eso pensé,
un jardín que se expande
-aunque te conocí como mujer
y nunca te vi de otra forma-
hasta ocupar el mar
con todos sus jardines.
Era el amor del amor,
el amor que devora todo lo demás,
un amor agradecido,
un amor a la naturaleza, a la gente,
a los animales,
un amor que engendra
mansedumbre y bondad,
es el que vi en vos
y el que me conmovió.
Debería haber sabido,
y no lo supe,
que el lirio de los valles
es una flor que enferma a quien la huele.
Tuvimos hijos,
rivales en la batalla común
y, aunque siempre los cuidé,
de acuerdo con mis luces,
tanto como un hombre puede cuidar a sus hijos,
ahora los dejo a un lado
porque,
vos entendés,
tenía que encontrarte después de todo eso.
Todavía estoy por encontrarte.
Amor,
-ante el cual los dos nos inclinamos-
una flor,
la flor más frágil
será nuestro sello,
no porque seamos débiles.
En la plenitud de mi fuerza
hice todo lo que podía hacerse
para probarte que nos amábamos,
mientras mis huesos se rompían
porque no podía gritártelo en el acto.
Del asfódelo, esa flor verdosa,
vengo, querida, a cantarte.
Mi corazón revive pensando
que te traigo noticias
de algo que te concierne,
y que concierne también a todos.
Mirá lo que se hace pasar por novedad,
no vas a encontrar nada allí,
pero sí en los poemas despreciados.
Es difícil encontrar noticias en los poemas,
y, sin embargo, todos los días, la gente muere miserablemente
por no alcanzar lo que se encuentra en ellos.
Y te digo:
también a mí me concierne,
y a todo el que quiera
morir en paz sobre su cama.
Versión Isaías Garde
El asfódelo, esa flor verdosa
Del asfódelo, esa flor verdosa,
como un botón de oro
sobre su tallo bifurcado-
salvo que éste es verde y leñoso-
vengo, querida,
a cantarte.
Vivimos mucho tiempo juntos
una vida repleta,
si vos querés,
de flores. De modo
que me alegré
al enterarme
de que también hay flores
en los infiernos.
Hoy estoy lleno del tenue recuerdo de aquellas flores
que ambos amamos,
-aun de esta pobre
florcita descolorida-
la conocí cuando era chico,
poco apreciada entre los vivos,
aunque los muertos la ven
y se preguntan:
¿me acuerdo de algo
que tuviera semejante
forma?,
mientras nuestros ojos
se llenan de lágrimas.
Del amor, del invariable amor,
dirán que, aunque es tan débil, un baño de púrpura
lo teñirá para hacerlo totalmente confiable.
Hay algo,
algo urgente
que tengo que decirte
sólo a vos,
pero esperemos,
mientras bebo
de la felicidad de tu cercanía
quizás por última vez.
Así,
me arranco
este miedo del corazón
para seguir hablando,
porque no me animo a detenerme.
Escucha
mientras te hablo contra el tiempo,
no tardará mucho.
Yo lo había olvidado
y sin embargo veo claramente
que hay algo central en el cielo
que oscila y que da vueltas.
¡Un olor
viene de allí!
¡el olor más dulce!
¡madreselvas! ¡y ahora
llega el zumbido de una abeja!
¡y una intensa corriente
de memorias hermanas!
Solo dame tiempo,
tiempo para convocarlas
y poder contártelas.
Dame tiempo,
tiempo.
Cuando era chico
tenía un libro
en el que, de vez en cuando,
prensaba algunas flores,
hasta que, al final,
tuve una buena colección.
El asfódelo,
como un presagio,
estaba entre ellas.
Te traigo,
restaurado,
el recuerdo de aquellas flores.
Eran dulces,
cuando yo las prensaba,
y guardaban
algo de esa dulzura
por mucho tiempo.
Es un olor curioso,
un olor moral,
ese que me trae cerca de vos.
El color
fue lo primero en irse.
Tuvo que llegarme este
desafío:
tu querido ser,
tan mortal como yo,
¡la garganta del lirio
abierta ante el colibrí!
la riqueza infinita,
pensé,
me tiende sus brazos.
Mil trópicos
en una floración del manzano.
La tierra generosa
brindándose a sí misma.
¡El mundo entero
llegó a ser mi jardín!
Pero también el mar,
al que nadie cultiva,
es un jardín
cuando el sol lo golpea
y despierta sus olas.
Yo lo vi
y vos también lo viste
cuando hace avergonzar
a todas las flores.
También la estrella de mar,
endurecida por el sol,
y otras plantas del mar
y las algas. Vos y yo sabíamos
todo acerca de esto
porque nacimos a la orilla del mar,
conocíamos esos cercos rojizos
al borde mismo del agua.
Ahí crecen también la malva rosa
y, en su estación,
las frutillas.
Allí, más tarde,
íbamos a juntar
ciruelas silvestres.
No voy a decir
que viajé a los infiernos por tu amor
y sin embargo
allá fui a parar, buscándote.
No me gustó,
quise estar en el cielo. No dejes de escucharme.
No te alejes.
En mi vida aprendí mucho
de los libros
y, fuera de ellos,
mucho también sobre el amor.
La muerte
no termina con él.
Hay una jerarquía,
creo yo,
que puede recorrerse
a su servicio;
su premio
es una flor mágica;
un gato de veinte vidas.
Si ninguno trata de alcanzarlo
el mundo
va a salir perdiendo.
Para vos y para mí
fue como ver venir una tormenta
volando sobre el agua.
Estuvimos año tras año
tomados de la mano
frente al espectáculo de nuestras vidas.
La tormenta se desató.
Los relámpagos estallaron en los bordes de las nubes.
Hacia el norte
el cielo era plácido,
un resplandor azul
mientras la tormenta se acumulaba.
Una flor
que pronto iba a alcanzar
su punto culminante.
Y vos y yo bailábamos
en nuestras mentes
y juntos leíamos un libro
¿te acordás?
Era un libro importante.
Tantos libros entraron en nuestras vidas.
¡El mar! ¡El mar!
Cada vez que pienso en el mar
me acuerdo
de la Ilíada
y de la falta pública de Helena
que la hizo posible.
Si no hubiera sido por eso
no hubiera habido poema y el mundo
al recordar aquellos pétalos de púrpura
dispersos entre las piedras
lo hubiera llamado simplemente
asesinato.
La orquídea sexual que floreció en aquel entonces
enviando a tantos
valientes a sus tumbas
les legó una memoria
a esa raza de locos
o de héroes,
si el silencio es una virtud,
el mar, solitario
en su multiplicidad,
conserva alguna esperanza.
La tormenta
se probó devastadora,
pero seguimos,
con los pensamientos que ella
suscitó,
reconstruyendo nuestras vidas.
Es la mente,
la mente
la que debe ser curada,
antes de que
intervenga la muerte,
y la voluntad
será un jardín de nuevo. El poema
es complejo y es complejo el lugar que le hacemos
en nuestras vidas al poema.
El silencio también puede ser complejo
pero con el silencio
no vamos a ningún lado.
Empieza de nuevo.
Es como el catálogo
de naves en Homero:
sirve para ocupar el tiempo.
Hablo con figuras,
es necesario,
los vestidos que usás son también figuras,
no podríamos encontrarnos
de otro modo. Si digo
"flores"
es para recordar
que alguna vez fuimos jóvenes.
No todas las mujeres son Helena,
ya lo sé,
pero llevan a Helena en sus corazones.
Querida,
en vos también está,
por eso te amo,
no podría amarte si no.
Imaginate
un campo hecho de mujeres
todas de un blanco plateado.
¿Cómo no amarlas?
La tormenta estalla o
se disipa,
no es el fin del mundo.
El amor es otra cosa,
o eso pensé,
un jardín que se expande
-aunque te conocí como mujer
y nunca te vi de otra forma-
hasta ocupar el mar
con todos sus jardines.
Era el amor del amor,
el amor que devora todo lo demás,
un amor agradecido,
un amor a la naturaleza, a la gente,
a los animales,
un amor que engendra
mansedumbre y bondad,
es el que vi en vos
y el que me conmovió.
Debería haber sabido,
y no lo supe,
que el lirio de los valles
es una flor que enferma a quien la huele.
Tuvimos hijos,
rivales en la batalla común
y, aunque siempre los cuidé,
de acuerdo con mis luces,
tanto como un hombre puede cuidar a sus hijos,
ahora los dejo a un lado
porque,
vos entendés,
tenía que encontrarte después de todo eso.
Todavía estoy por encontrarte.
Amor,
-ante el cual los dos nos inclinamos-
una flor,
la flor más frágil
será nuestro sello,
no porque seamos débiles.
En la plenitud de mi fuerza
hice todo lo que podía hacerse
para probarte que nos amábamos,
mientras mis huesos se rompían
porque no podía gritártelo en el acto.
Del asfódelo, esa flor verdosa,
vengo, querida, a cantarte.
Mi corazón revive pensando
que te traigo noticias
de algo que te concierne,
y que concierne también a todos.
Mirá lo que se hace pasar por novedad,
no vas a encontrar nada allí,
pero sí en los poemas despreciados.
Es difícil encontrar noticias en los poemas,
y, sin embargo, todos los días, la gente muere miserablemente
por no alcanzar lo que se encuentra en ellos.
Y te digo:
también a mí me concierne,
y a todo el que quiera
morir en paz sobre su cama.
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